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Un trastorno psicosomático es aquella perturbación psicológica que, a consecuencia de intensas emociones negativas, fuerte estrés, ansiedad, depresión, etc., termina por causar un efecto físico en el organismo. Las enfermedades psicosomáticas ponen de manifiesto la estrecha relación que existe entre cuerpo y mente. De hecho, de igual manera que las enfermedades físicas afectan nuestro estado de ánimo y nos causan miedo o preocupación, los trastornos psicológicos nos acarrean síntomas físicos y nos causan dolor, molestias e incluso enfermedades físicas.

Reacciones psicosomáticas

Por ejemplo, si vemos en la televisión las imágenes del accidente de un tren en donde han fallecido varias niñas, niños, mujeres y hombres. Sentimos dolor e impotencia. Se nos  pone “la carne de gallina” cuando  oímos las palabras (sentidas palabras) de la madre de una niña muerta en el brutal accidente. Nuestro cuerpo y nuestra mente rechazan esta desgracia y lo manifiestan a través de los sentimientos (sufrimiento e impotencia), de la reacción fisiológica (“la carne de gallina”) e incluso podemos llegar a sentir alguna molestia física en  nuestro cuerpo, es lo que se llama dolor psicosomático.

Es uno de los miles de ejemplos que podríamos aducir para mostrar la interacción entre mente y cuerpo. Nuestra experiencia cotidiana está repleta de estas vivencias. Pero también es cierto lo contrario: el cuerpo influye en los estados anímicos. Así, una simple gastritis puede producir irritabilidad o ansiedad; o después de una operación quirúrgica puede aparecer una enfer­medad depresiva. Es decir, lo psicológico influye en lo corpo­ral, y viceversa.

Cuerpo-mente

Cuerpo y mente están en interrelación constante. Van desde el polo de la armonía hasta el de la disonancia más evidente. Pero esta sincronía no es sinónimo de falta de altibajos, sino que más bien se manifiesta por la ausencia de signos psíquicos o corporales que inclinen la balanza hacia un lado u otro. En la armonía, la mente y el cuerpo pasan desapercibidos, para tomar protagonismo la persona como unidad total.

De la misma manera que podemos decir que en la naturaleza existe equilibrio, pese a las distintas estaciones tan dispares como son la primavera, el verano, el otoño y el invierno, así también en el ser humano la armonía cuerpo-mente está coloreada por matices más o menos densos, pero que no rompen la estructura de base. La concordia, pues, no es sinónimo de uniformidad, sino que supone una perfecta sincronía entre las partes de un todo.

Cuerpo y mente están en armonía cuando una parte no influye tanto en la otra que produzca dolor, angustia o tristeza. Todas las personas podríamos relatar alguna experiencia que pusiera de manifiesto esta estrecha influencia mutua entre la mente y el cuerpo. Por ejemplo, contemplar el mar, en una tarde de verano, con una dulce brisa que acaricia el rostro. Se puede sentir paz, tranquilidad. Es como si el cuerpo formara parte del lugar. La mente, el cuerpo y la naturaleza, por unos instantes, se hallan en perfecta relación. Allí nada desentona. Parece que todo (la arena, el agua, el viento, etc.) configuran un conjunto en sintonía. El cuerpo, la mente y la naturaleza están en la misma onda.

Pero, desgraciadamente, también existen otros ejemplos que ponen de manifiesto la discrepancia entre lo psíquico y lo corporal. Son esos momentos en los que una persona “siente” de forma clara la mente o el cuerpo.

Dolor psicosomático: ¿me duele de verdad o me estoy sugestionando?

En este artículo hablaré de tres niveles de interrelación mente-cuerpo (reacciones fisiológicas de las emociones, trastornos funcionales y trastornos psicosomáticos).

Nuestra vida está plagada de situaciones que pueden ilustrar esa relación cuerpo-mente. ¿Quién no ha sentido las palpitaciones ante la comprobación de los resultados de un examen; o no ha experimentado sequedad de boca ante una entrevista importante; o no ha tenido diarrea los días previos al comienzo de un nuevo trabajo; o no se le han llenado los ojos de lágrimas (de emoción) ante el acontecimiento del nacimiento de un hijo; o no ha sentido la voz temblorosa de una persona cercana  que le anunciaba la muerte de un ser querido; o no ha tenido la sensación de que las piernas le iban a fallar cuando se examinaba para obtener el carnet de conducir…?

En estas circunstancias, y en muchas más, la emoción y el sentimiento (positivo o negativo) cristalizan en taquicardia, sequedad de boca, diarrea, lágrimas, tartamudez, etc. En ninguno de estos casos existe enfermedad (en el sentido tradicional de la palabra). Son reacciones fisiológicas como respuesta a una vivencia psicológica. Aquí el cuerpo es como una caja de resonancia de los sentimientos más profundos.

Trastornos funcionales

“X” es una mujer de 33 años que trabaja de ama de casa. Tiene dos hijos de ocho y diez años. Desde su primer embarazo, dejó su trabajo como administrativa en una empresa. La han diagnosticado “colon irritable”. Dice encontrarse sin ilusión y sin motivaciones. “Me siento presionada por mi familia y no valorada”, afirma.

“X” es uno de los miles de ejemplos de enfermas con una patología funcional. Es decir, presentan un cuadro médico (por ejemplo, colon irritable, afonías, lipotimias, etc.) producido por un estrés psicosocial, pero sin lesión objetivable por las pruebas convencionales de medicina.

Se podría afirmar que en estos casos “el cuerpo se queja” del malestar de la mente. Pero, además, el síntoma orgánico es como una ‘válvula de seguridad’ que permite que la situación psíquica no explote. “X” nos confirma: “Cada vez que me siento presionada, comienzo con mis molestias intestinales”. Su “colon irritable” es el signo de que su psiquismo está al borde de la quiebra. Es su ‘punto débil’, pero también el indicador de que tiene que tomar medidas para no verse desbordada.

El trastorno psicosomático propiamente dicho

Es el tercer grado ‘patológico’ de la relación mente-cuerpo. Constituye uno de los ejemplos de las auténticas enfermedades psicosomáticas, en las que aparecen lesiones somáticas diag­nosticadas por los métodos convencionales. El infarto de miocardio, la úlcera gastroduodenal, las alteraciones hipertensivas de origen emocional, etc. son algunas de las enfermedades más significativas que pueden tener como soporte y origen una situación o vivencia psíquica.

Entendemos por trastorno psicosomático aquel en el que se observa una enfermedad física claramente objetivable, con una patología o una fisiología conocidas, y en la que se aprecian evidentes influencias (ya sea en su inicio, en su curso, en una posible recidiva, etc.) de tipo psicológico

En sentido amplio, todas las enfermedades se pueden considerar psicosomáticas; en sentido estricto, solamente pueden considerarse enfermedades psicosomáticas aquellas sobre las que se ha demostrado de forma más consistente la implicación de factores y procesos psicológicos.

Lo que es evidente es que, a medida que somos capaces de expresar (con nuestras palabras o nuestros actos) nuestros sentimientos de rabia, angustia, incomprensión, etc., tanto menos necesario es que la mente comunique su malestar al cuerpo mediante un algún dolor psicosomático.

La paciente psicosomática

“X” acude a la consulta como a regañadientes. Viene acompañada por su actual pareja. Se muestra muy reticente a las preguntas de la persona entrevistadora: “La verdad es que no sé por qué estoy aquí; mi actual pareja se ha empeñado, y ha sido ella la que ha pedido hora”, dice. Tras los primeros minutos, un tanto tensos, manifiesta que lo que le ocurre es que el estómago le da mucho la lata: “Tengo un negocio propio, y mi estómago es como un termómetro: cuando el negocio va mal, el dolor de estómago es insoportable”.  “X” que es un ejemplo bastante claro de paciente psicosomática,  le ocurrió lo mismo hace dos años, cuando se separó de su anterior pareja: “Lo pasé muy mal, y fue entonces cuando comencé con las molestias de estómago, hasta que me diagnosticaron que tenía una úlcera”.

“X” es una persona “callada, un poco introvertida”, según sus propias palabras. Su actual pareja informa que no cuenta nada y que se ‘traga’ todos los problemas. Durante la entrevista manifiesta que, desde hace unos meses, le cuesta mucho ir a trabajar y que de buena gana se quedaría todo el día en la cama. Además refiere que ha comenzado a dormir muy mal. Tras un tratamiento antidepresivo y la asistencia a un grupo de psicoterapia, “X” aprendió a exteriorizar su malestar y a poder expresar verbalmente todos los sentimientos negativos que en ocasiones lo invadían. Consiguientemente, la úlcera mejoró.

Claves para conseguir la armonía cuerpo-mente

1.- Dosificar los esfuerzos

Es un error pretender dar vacaciones solamente al cuerpo y una vez al año. Debemos aprender a dosificar nuestros esfuerzos, tanto mentales como físicos, y procurar “períodos vacacionales” integrales cada día y cada semana.

2.- Practicar actividades relajantes

El descanso del cuerpo y de la mente no sólo se consigue tumbándose en la playa; también podemos lograrlo paseando por el campo, charlando con amistades o leyendo un tebeo o libro. En este punto, cada cual debe conocerse y aplicar las estrategias más adecuadas para que cuerpo y mente se sientan en armonía.

3.- No reprimir los sentimientos

Es muy importante expresar lo que sentimos. No decirlo nos llena de dolor, angustia, frustración, impotencia, etc. Sentimientos negativos que son los que saldrán de manera psicosomática a través del cuerpo. El cuerpo habla con su propia voz para expresar lo que callamos.

4.- Desarrollar una actitud positiva

En muchas ocasiones, la enfermedad orgánica emite un mensaje de desamparo y de falta de comprensión de las personas  más próximas. En definitiva, existe “algo” que no encaja con la pareja, con los hijos y, sobre todo, con una misma. Aquí el tratamiento médico será conveniente para la dolencia, pero también un “cambio” de actitud ante una misma y ante lo que le rodea, para ‘curar’ el colon irritable o cualquier otra enfermedad funcional o trastorno psicosomático.

5.- Aprender a decir que no

La desarmonía entre cuerpo y mente (que da lugar al síntoma orgánico) puede entenderse como la expre­sión de la lucha entre lo que “se es” y lo que “se debería ser”. Decimos con el cuerpo lo que no nos atrevemos a decir con las palabras: “Estoy harta”, “estoy cansada”, “no puedo más”, etc. De nuevo, es preciso señalar la necesidad de asumir nuestros lí­mites e ir aprendiendo a decir “no” cuando lo creamos conve­niente y a manifestar con las palabras un sentimiento, para no obligar al cuerpo a decirlo  a través del síntoma.

 

 

…porque camino se hace al andar…

Escribo en femenino

 

 

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