LA RECAPITULACIÓN CORRECTIVA DE LA EXPERIENCIA FAMILIAR
Sin excepción, las pacientes entran a la terapia de grupo con la historia de una experiencia muy insatisfactoria de su primer y más importante grupo: el de la familia primaria. El grupo de terapia se parece a la familia en muchos aspectos, y en un deliberado esfuerzo por simular muy estrechamente la configuración de las personas que las educaron. Dependiendo de su mundo supuesto (modelado en gran medida por sus primeras experiencias familiares) las integrantes interactúan con las directoras y las integrantes del grupo como antes interactuaron con sus hermanas y con quienes las criaron. Hay una infinita variedad de patrones: pueden depender desesperadamente de las directoras de grupo, a las que les atribuyen conocimientos y poderes irreales: pueden desafiar a las directoras a cada paso, porque consideran que obstruyen su desarrollo autónomo o que les arrebatan su individualidad; pueden intentar dividir a las coterapeutas y propiciar desacuerdos o rivalidades entre las dos; pueden competir con las otras integrantes en un esfuerzo por acumular atención y cuidado de las terapeutas; pueden buscar aliadas entre las otras integrantes en un esfuerzo por destruir a las terapeutas; pueden renunciar a sus propios intereses en un esfuerzo en apariencia desinteresado por apaciguar o ayudar a las otras integrantes.
Lo importante no es sólo que los primeros conflictos familiares sean recapitulados, sino que se revivan correctivamente. No debe permitirse que las relaciones que inhiben el desarrollo se “congelen” como el sistema rígido e impenetrable que caracteriza la estructura de muchas familias. En vez de esto, los estereotipos de la conducta deben desafiarse continuamente en la terapia de grupo, y deben alentarse las reglas básicas de la prueba de la realidad, el análisis de las relaciones, y ensayar nuevas conductas. Para muchas pacientes, pues, resolver un problema con las terapeutas y con otras personas del grupo también significa resolver asuntos que han estado pendientes desde hace mucho.
DESARROLLO DE LAS TÉCNICAS DE SOCIALIZACIÓN
En la terapia de grupo, con reglas básicas que alientan la retroalimentación franca, las pacientes pueden obtener mucha información sobre su conducta social inadecuada. Por ejemplo, pueden enterarse de su tendencia desconcertante a evitar mirar a la persona con la que conversan, o pueden enterarse de la impresión que causa en las otras su actitud orgullosa y despótica, o de otros hábitos sociales que, desconocidos para ellas, han minado sus relaciones sociales. Para las que carecen de relaciones íntimas, el grupo de terapia a menudo representa la primera oportunidad que tienen de recibir retroalimentación interpersonal exacta. Por ejemplo, una paciente que con obsesión introducía detalles infinitos, minuciosos e irrelevantes en su conversación social, comprendió esto por primera vez en el grupo de terapia. Durante muchos años sólo había advertido que las demás la evitaban o bien suspendían sus contactos sociales con ella. Obviamente, la terapia de grupo implica mucho más que un sencillo reconocimiento y una alteración deliberada de la conducta social; pero estos logros no sólo son beneficios marginales; a menudo son muy instrumentales en la fase inicial del cambio terapéutico.
Con frecuencia se advierte que las integrantes antiguas del grupo de terapia adquieren prácticas sociales muy complejas. Aprenden a vivir en armonía en el proceso, aprenden cómo ser útiles para las otras, adquieren métodos para resolver conflictos, se sienten menos inclinadas a juzgar a las demás y pueden sentir y expresar una empatía completa. Desde luego, estas capacidades las ayudan en sus futuras interacciones sociales.
UTILIZACIÓN DE OTRAS PERSONAS COMO MODELO
En la psicoterapia las pacientes pueden sentarse, caminar, hablar y hasta pensar como sus terapeutas. En la terapia de grupo el proceso imitativo es más difuso, ya que las pacientes pueden modelarse con algunos aspectos de otras integrantes del grupo y también con las de la terapeuta. Lo importante de la conducta de imitación en el proceso terapéutico es difícil de medir, pero la investigación psicológica reciente sugiere que quizá hemos subestimado su importancia. Bandura, quien desde hace mucho declaró que el aprendizaje social no puede explicarse adecuadamente como un refuerzo directo, ha demostrado de un modo experimental que la imitación es una fuerza terapéutica eficaz en la terapia de grupo. Por ejemplo, he tratado con éxito a una gran cantidad de individuos con fobia a las culebras, pidiéndoles que observen como su terapeuta maneja una culebra. En la terapia de grupo no es muy raro que un paciente se beneficie observando la terapia de otro paciente que tiene una constelación de problemas similares, fenómeno que por lo general se llama terapia “vicaria” o “de espectador”. Aunque la conducta imitativa específica dure poco, puede funcionar para ayudar a “descongelarse” a la persona experimentando nuevas conductas. De hecho, no es muy raro que las pacientes en la terapia representen, por decirlo así, partes de la conducta de otra gente, y después la abandonen por ser algo que no les gusta. Este proceso puede tener un efecto terapéutico sólido; descubrir qué no somos es un proceso que sirve para descubrir qué somos.