Vivir desde el deber nos da “seguridad y aceptación”
o eso es lo que creemos, puesto que sentimos que así nos quieren,
no creamos polémicas ni enfrentamientos.
Lo que no nos damos cuenta es que perdemos nuestra libertad.
La capacidad de mirar dentro y decidir lo que queremos a partir de lo que sentimos,
nos da bienestar, satisfacción, y lo más importante, felicidad.
El deber nos constriñe a las reglas del entorno,
mientras que el deseo, nos da la libertad,
la capacidad de vivir a partir de nuestras
reglas personales.
Es la coherencia interna la que nos proporciona la tranquilidad,
la capacidad de tener una relación más armoniosa con el entorno
y una vida plena que se reflejará en nuestro rostro.
…porque andando se hace el camino…
Escribo como mujer
Gurutze Olaizola Larrañaga